el campeón

21 noviembre 2008

A la señora que le molesta mi piano



La música no tiene leyes. No tiene límites. No se rige por el dinero. Ni por las normativas estatales, ni por los horarios. La música es lo único que me aleja de este mundo de límites. El ruido, molesto o no, es exactamente lo mismo que la música. Es algo físico que no se atiene a nada. Son vibraciones.

Ahora bien, usted tiene la capacidad de llamarme cada vez que yo toco el piano. Tiene agendado mi teléfono en su discador rápido seguro, con tocar #7 llama al chico que toca el piano y no la deja dormir. Yo no tengo su teléfono, ni pienso averiguarlo ni pienso llamarla. Pero usted nunca me deja tiempo para contestarle nada. Usted habla y corta. Usted dice lo que tiene que decir y corta. Usted habla con la policía y corta. Usted habla con la administración y corta. Usted habla con el puto universo y corta. Pero usted no es la única persona que vive acá. Si su salud es silencio. Mi salud es música y ruido. Si su salud es quietud, mi salud es romper con la quietud. ¿Y la salud de quién vale más?

¿Hay una diferencia entre su salud y la mía? Sí, son opuestas. Su salud está con la Ley, con la Policía, con la administración de recursos, con el Estado, con el Código Penal, con el Código de Salud, etc. Mi salud está con la libertad, la música, la falta de límites, la expresión, el espíritu; y el silencio (que usted me impone) no es mi salud. Conclusión: Nuestras saludes nunca van a congeniar. Porque dentro de mi plan no está el de gastar EUROS en una ALFOMBRA MACROCONDENSADA DE UN MATERIAL DE NO SÉ QUÉ MIERDA que no me interesa. Dentro de mi plan no entra que la música me genere ningún tipo de gasto. Porque el piano existe, es mecánico y no necesita ni electricidad, ni gas, ni agua, ni una cuenta en un banco, ni tener un número de celular, ni ponerle un billete debajo de la caja cada vez que toco. El piano sólo necesita de mis manos y mi libertad de expresión. Y si usted quiere hacerme gastar plata por mi capacidad de tocar el piano, usted está equivocada. Hay una diferencia muy grande: usted acepta que a favor de su salud se gaste dinero y yo no.

Así que si su salud es el silencio y la mía el ruido, el gasto por el silencio, debe hacerlo la persona que sufre el ruido. Así como yo debería gastar en repelentes para insectos si me meto en la selva, usted debe pagar una alfombra que genera silencio por haberse metido en la selva de mi piano.
Atte.,
Sebastián Goyeneche

11 noviembre 2008

Doctor,

Hay un punto sobre el cual habría querido insistir: es el de la importancia de la cosa sobre la cual actúan sus inyecciones; esta especie de relajamiento esencial de mi ser, esta reducción de mi estiaje mental, que no significa como podría creerse una disminución cualquiera de mi moralidad (de mi alma moral) o siquiera de mi inteligencia, sino más bien de mi intelectualidad utilizable, de mis posibilidades pensantes, y que tiene que ver más con el sentimiento que tengo yo mismo de mi yo, que con lo que muestro de él a los demás.

Esta cristalización sorda y multiforme del pensamiento, que escoge en un momento dado su forma. Hay una cristalización inmediata y directa del yo en el centro de todas las formas posibles, de todos los modos del pensamiento.

Y ahora, señor Doctor, que ya está usted bien al tanto de lo que en mí puede ser alcanzado (y curado por las drogas), del punto de litigio de mi vida, espero sabrá darme la cantidad de líquidos sutiles, de agentes especiosos, de morfina mental, capaces de elevar mi abatimiento, de equilibrar lo que cae, de reunir lo que está separado, de recomponer lo que está destruido.

Mi pensamiento le saluda.






Antonin Artaud, s/t en El ombligo de los limbos, Ed. Aquarius, 1972.

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